Para Edgerrin James, la apariencia y la excelencia tenían un vínculo inquebrantable
Fue un discurso que habló de su singular carisma e inimitable carrera, pronunciado únicamente como James, miembro del Salón de la Fama del football profesional, podría
Fue sobre las percepciones que desafió y la autenticidad que encarnaba. Fue sobre la vida que vivió y el legado que escribió. Fue iluminador. Fue inspirador. Sobre todo, fueron 10 minutos y 17 segundos de realidad, porque el tipo no conoce otra manera.
Edge nunca quiso ser alguien más.
¿Por qué iba a serlo? Se ha divertido muchísimo haciéndolo a su manera.
El niño que salió de un pueblo extremadamente pobre de Florida, que aprendió a jugar repitiendo los movimientos que había visto en una cinta VHS de Walter Payton en una franja de césped fuera del ruinoso apartamento en el que creció, después de se convirtió en uno de los mejores running backs de su era, reflexionó acerca de su notable viaje la noche del sábado, con la chaqueta dorada sobre sus hombros y con un busto de bronce unos metros detrás de él.
Edgerrin James se encontró con su momento — un merecido momento — y, sin duda, no lo desaprovechó.
James empezó donde empezó su historia, en ese pueblo extremadamente pobre de Florida de Immokalee y con la mujer que crio sola a cinco chicos. “Para mi mamá”, dijo Edge y miró a Julie James en la primera fila, “estamos aquí. Sin un plan, sin un manual y, sobre todo, sin nadie.
Desde ahí deambuló a través de su carrera y abordó los momentos y los recuerdos y los hombres que significaron tanto para él, desde la Universidad de Miami hasta el día del draft de 1999 — “Siempre estaré agradecido de que Bill Polian sorprendiera al mundo”, dijo Edge — al quarterback que aún le tilda de su compañero de equipo favorito de siempre.
De Peyton Manning, Edgerrin dijo esto: “No podíamos ser más diferentes como personas, pero cuando se trataba del football y de la manera en que trabajábamos, conectamos como hermanos”.
Hubo más. Habló sobre Marvin Harrison y las conversaciones que tenían en los entrenamientos sobre lo que querían hacer cuando se acabaran sus carreras. Sonrió cuando mencionó a Reggie Wayne, su “amigo de The U en The Shoe”. Dwight Freeney, Jeff Saturday, Tarik Glenn, todos presentes para la inducción de James, los grandes que construyeron la era más grande de los Indianapolis Colts.
En muchos sentidos, Edge fue el motor, el dinámico corredor cuya llegada en 1999 provocó una explosión ofensiva y la década más ganadora en la historia de la NFL. Hizo mejor a Manning y el quarterback estrella nunca olvidó eso. Corrió como el viento, bloqueó sin miedo y nunca afeó los detalles. El quarterback lo respetó como el que más.
Manning — cuya inducción llegó el domingo — se sentó y sonrió durante el discurso de James. En los últimos años, él personalmente pidió la inclusión de James en el Salón de la Fama. No hay duda de que la noche del sábado tenía que sentirse como una validación. Una dulce, dulce validación.
James, le gustaba decir a menudo a Manning, era todo lo que un running back debería ser.
Pero el discurso de James no se centró estrictamente en el football. Edge quería que fuera más allá. Quiere que su mensaje sea más.
La analogía que utilizó fue una apropiada: “Como running back”, dijo James, “tenía que proteger al quarterback. Imaginaos si no lo protegiera. Muchos (backs) puede que pongan la otra mejilla. Jugué con dos miembros del Salón de la Fama (Manning y Kurt Warner). ¿Y si fallara mi bloqueo y le hicieran daño? Ahora pensad qué le ocurre a nuestras culturas y familias si no tenemos la protección que se supone que debemos tener. Nos desgarra. Mata nuestra confianza. Nos divide.
En este sentido, Tony Dungy, el entrenador miembro del Salón de la Fama de James con los Colts, compartió una historia más tarde la noche del sábado. No sobre la habilidad de James sobre el campo, sino de un desconocido hecho fuera de él. Al principio de su carrera, James se enteró de que una casa de vuelta en Immokalee traficaba con drogas, así que la compró, la reformó y la convirtió en lo que denominó “the Fun House”. Estaba llena de videojuegos. Se construyó una pista de baloncesto en la parte trasera. Se celebraban barbacoas todo el verano. Los niños del barrio podían entrar y salir como quisieran.
Lo que había sido una casa de drogas se convirtió en un refugio para ellos.
Y quedó claro, en la introducción del propietario de los Colts, Jim Irsay, cuánto significaba el hombre para él. Aquellos cercanos al dueño dicen que James puede que sea su Colt favorito de siempre.
Edgerrin terminó su discurso de la que manera en que terminaba un acarreo, con furia hasta el final. Quedó claro que quería que su carrera enviara un mensaje, para demostrar que los jugadores no tenían que tener un estilo determinado o hablar de una determinada manera o seguir un determinado guion.
Nunca lo hizo.
Nunca cambió.
Quiere que las jóvenes promesas sepan que tampoco lo tienen que hacer.
“Mi carrera empezó con dientes de oro y ha acabado con esta chaqueta dorada”, dijo Edge, acomodándose las mangas con ese característico estilo.
El estadio rugió. Sus antiguos compañeros de equipo se pusieron de pie y radiantes sonrisas se estamparon en sus caras.
Y con eso Edgerrin James, por siempre un original de la NFL, bajó del escenario con sus palabras pronunciadas, su carrera coronada y su incomparable impronta.
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